El título puede parecer pretencioso, pero estoy parafraseando a Jonás Trueba cuando explicaba en el máster de gestión cultural las políticas de distribución y exhibición que se llevan a cabo en España, al menos vista desde su perspectiva de productor- realizador. En realidad, la cadena del cine tiene tantos pasos que conviene conocerla para entender bien las situaciones. Además, una pata fundamental (y aquí vuelvo a Robert Muro) en todo empeño de proyecto cultural es y debe ser el público, y es cierto que en el cine de distribución de las "majors" (lo que llamamos, cine comercial) al público se le trata como simple elemento de ingreso, que se le cobra una entrada (a veces con bastante comisión por plataforma), se le dan las luces en cuanto aparecen los créditos (para que se vaya pronto y comience nueva sesión, cual turnos de una fábrica) y se le saca rápido por una puerta trasera que casi siempre va a dar a un descampado o una calle insólita. No se cuida para nada la experiencia cinéfila.
Conviene saber, que en un cine comercial, si una entrada cuesta, por ejemplo, 8€, el reparto aproximado es el siguiente: 1.68€ (Hacienda por el IVA) + 2.5€ (Sala de cine exhibidora) + 3.58€ (Productor) + 1€ (Distribuidor) + 0,24€ por las diversas sociedades de gestión (SGAE,DAMA, AIE, AISGE).
Las salas de cine que pertenecen a grandes distribuidoras, realmente no tienen programación. Simplemente tienen que pensar cuánto tiempo quieren mantener una película (del catálogo imperativo que llega de EE.UU) y va a estar en cartel. Sólo programan el tiempo. Hasta el año 1999 había una "cuota de distribución" de forma que se aseguraba en esos cine una mínima cuota de pantalla de cine español, dado que para conseguir la licencia de doblaje se necesitaba distribuir una película española. Ahora dicha ley ya no existe.
Por otro lado, existen salas más independientes, alejadas de este circuito comercial, donde el proceso conlleva una programación más estudiada, mejor planteada, poniendo acento en películas, temas, directores, cuidando más al público que se acerca por gusto al cine, donde el proceso conlleva buscar las películas a exhibir por distribuidoras oficiales, no oficiales, filmotecas, incluso preguntando a la familia de los autores o a coleccionistas. Conviene diferenciar, además, que por un lado hay que buscar las copias de las películas y por otro al dueño de los derechos de exhibición (que muchas veces no coincide). En ciertos casos, son los propios realizadores-productores los que tienen que negociar el precio con las salas en formato "four wall contract", es decir, al más puro estilo de la gestión escénica: un caché, la taquilla, o un fijo más % de entradas,... Estos cines sufren más los cambios tecnológicos (como el proceso de digitalización tanto de películas como de salas, al que están abocados todos desde el 2014, con la consiguiente pérdida de mucho patrimonio cinematográfico porque "si no da dinero, no se va a hacer el proceso"). No obstante, este tipo de salas "residuales", quizá se puedan tildar de "románticas" pero se pueden convertir en el futuro en los protagonistas de la distribución para todos los nuevos realizadores y nosotros, como gestores culturales, tenemos casi la obligación de preservar, cuidar y apoyar. No sólo es cuestión de dinero, sino que es un tema de justicia cultural.
Queda mucho por hacer en la gestión de las salas, pero dado que para los realizadores de películas lo que les interesa es que su obra se vea en pantalla grande, con sala oscura y "espectadores interesados, rehenes de atención" tendrá que llegarse a un acuerdo tácito y que las salas tengan flexibilidad de horarios y precios, que la recaudación sea equilibrada habiendo un reparto entre el autor-productor y la sala que arriesga, y que el público se sienta bien, cuidado y forme parte del proceso.
Muy interesante la explicación y muy bien
ResponderEliminarEl debate está servido pero la solución es complicada porque las salas alternativas reducen infraestructura y se pierde el concepto de "pantalla grande". Los que disfrutamos con el cine de arte y ensayo no somos rentables como espectadores porque no comemos palomitas y encima nos quedamos a ver los créditos. Por opinar, diría que hay que empezar de cero: cine de autor de bajo presupuesto pero con calidad; no películas autofinanciadas que se limitan a contar las penurias del director...
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